Ediciones en lenguas extranjeras (EiLE)
¿QUÉ PARTIDO COMUNISTA NECESITAMOS? - escritos compressos
Sobre la naturaleza del nuevo partido comunista
(Artículo
extractado, extraído de
La Voce nº1,
año I - marzo de 1999)
Sobre
la forma de la revolución proletaria
Comenzaremos por la forma de la
revolución proletaria, por el modo en que la clase obrera prepara y realiza la
conquista del poder, de la que arranca después la transformación socialista de
la sociedad (10).
A finales del siglo XIX, a comienzos de
la época imperialista del capitalismo, los partidos socialdemócratas de los
países más avanzados habían ya realizado su tarea histórica de organizar a la
clase obrera como clase políticamente independiente de las demás clases. Habían
puesto fin a la época en la que muchas personas de talento o ineptas, honestas
o deshonestas, arrastradas por la lucha por la libertad política, por la lucha
contra el poder absoluto del rey, de la policía y del clero, no veían la
contradicción entre los intereses de la burguesía y los del proletariado. Estos
hombres no concebían, ni de lejos, que los obreros pudieran actuar como una
fuerza social autónoma. Los partidos socialdemócratas habían puesto fin a la
época en que muchos soñadores, a veces geniales, pensaban que bastaba con
convencer a los gobernantes y a las clases dominantes de la injusticia y de la
precariedad del orden social existente para establecer con facilidad la paz y
el bienestar universales sobre la tierra. Soñaban realizar el socialismo sin
lucha de la clase obrera contra la burguesía imperialista. Los partidos
socialdemócratas habían puesto fin a la época en la que casi todos los
socialistas y en general los amigos de la clase obrera veían en el proletariado
sólo una plaga social y constataban asustados como, con el desarrollo de la
industria, se desarrollaba también esta plaga. Por ello pensaban en la forma de
parar "la rueda de la historia" (11). Gracias a la dirección de Marx
y Engels los partidos socialdemócratas, por el contrario, habían creado en los
países más avanzados un movimiento político, con la clase obrera al frente, que
basaba su desarrollo exitoso precisamente en el crecimiento del proletariado y
en su lucha por la instauración del socialismo y la transformación socialista
de toda la sociedad. Se iniciaba la época de la revolución proletaria
(12). El
movimiento político de la clase obrera era el aspecto subjetivo,
superestructural de la maduración de las condiciones de la revolución
proletaria, mientras el paso del capitalismo a su fase imperialista era su
aspecto objetivo, estructural.
La clase obrera había ya llevado a cabo
algunos intentos de apoderarse del poder: en Francia, en 1848-50
(13) y en 1871
con la Comuna de París (14), en Alemania con la participación a gran escala en
las elecciones políticas (15). Era ya posible y necesario saber cómo la clase
obrera lograría tomar el poder en sus manos y realizar la transformación
socialista de la sociedad. Estaban reunidas las condiciones para afrontar el
problema de la forma de la revolución proletaria. En 1895, en la Introducción a
la reimpresión de los artículos de K.Marx La
lucha de clases en Francia desde 1848 a 1850, F. Engels hizo el balance de
las experiencias hasta entonces extraídas por la clase obrera y expresó claramente
la tesis de que "la revolución proletaria no tiene la forma de una
insurrección de las masas populares que derroca al gobierno existente y en el
curso de la cual los comunistas, que participan en ella junto a otros partidos,
toman el poder". La revolución proletaria tiene la forma de una
acumulación gradual de fuerzas en torno al partido comunista, hasta invertir la
correlación de fuerzas: la clase obrera debe preparar hasta un cierto punto
"ya dentro de la sociedad burguesa los instrumentos y condiciones de su
poder". El desarrollo de las revoluciones en el siglo XX ha confirmado, precisado y enriquecido la
tesis de F. Engels (16).
El proceso de la revolución socialista
es complejo, tiene sus leyes, se desarrolla en el curso de un cierto tiempo.
Quien dice que la clase obrera no puede vencer, derrocar a la burguesía
imperialista y tomar el poder, se equivoca (los pesimistas y oportunistas se
equivocan). Los éxitos alcanzados por el movimiento comunista en la primera
oleada de la revolución proletaria (1914-1949) han confirmado prácticamente lo
que Marx y Engels habían deducido teóricamente del análisis de la sociedad
burguesa.
Quien afirma que la clase obrera puede vencer fácilmente y en poco tiempo,
derrocar a la burguesía imperialista y tomar el poder, se equivoca (los
aventureristas se equivocan: nosotros mismos hemos visto cuál ha sido la obra
de los subjetivistas y militaristas). Las derrotas sufridas por el movimiento
comunista en la primera oleada de la revolución proletaria (entre otras, en
Italia, la del "bienio rojo", 1919-1920 (...), las ruinas provocadas
por el revisionismo después que en los años 50 tomase la dirección del
movimiento comunista y la derrota sufrida en Italia por las Brigadas Rojas al
inicio de los años 80 han confirmado prácticamente también esta tesis.
La clase obrera puede vencer, derrocar a la burguesía imperialista y tomar el
poder, pero a través de un prolongado período de aprendizaje, de duras luchas
del tipo más variado y de acumular todo tipo de fuerzas revolucionarias, en el
curso de un proceso de guerra civil y de guerras imperialistas que durante la
crisis general del capitalismo convulsionan el mundo hasta transformarlo. Para
conducir con éxito esta lucha, para reducir los errores que se cometen, es
preciso comprender la naturaleza del proceso, las contradicciones que lo
determinan, las leyes según las cuales se desarrolla.
No por nuestro deseo sino por las
propias características del capitalismo, el proceso de desarrollo de la
humanidad está planteado en estos términos: o guerras entre las masas populares
dirigidas por grupos imperialistas o guerras entre clase obrera y burguesía
imperialista. Es un hecho que no podemos eludir con nuestros deseos o por
propia voluntad, sino poniendo fin a la época del imperialismo
(17); es un
hecho evidente que se desprende del estudio de los 100 años transcurridos de la
época imperialista y del estudio de las tendencias actuales de la sociedad. La
situación es todavía más compleja por el hecho de que la clase obrera, en la guerra
contra la burguesía, debe aprovechar las contradicciones entre los grupos
imperialistas. Ambos tipos de guerras (la guerra de la clase obrera contra la
burguesía imperialista y las guerras entre los grupos imperialistas) en
realidad se condicionan y entrelazan (18). El problema es el de cuál
prevalecerá. Los comunistas deben actuar de forma que los que se enfrentan sean
la clase obrera y la burguesía imperialista, a fin de que a su conclusión la
clase obrera pueda emerger como nueva clase dirigente, como la clase vencedora.
Por otra parte deben conducir la guerra de forma tal que los grupos
imperialistas se destrocen entre sí y no unan y concentren sus fuerzas, al
principio superiores, contra la clase obrera. Este es un problema de la
relación entre estrategia y táctica en la revolución proletaria. En contraste
con la tesis de Engels (que la clase obrera puede llegar a la conquista del
poder sólo a través de una gradual acumulación de fuerzas revolucionarias)
algunos presentan la revolución rusa de 1917 como una insurrección popular
("asalto al Palacio de Invierno") en el curso de la cual los
bolcheviques tomaron el poder. En realidad la instauración del gobierno
soviético en noviembre de 1917 estuvo precedida por un trabajo sistemático de
acumulación de fuerzas dirigido por el partido, el cual, a partir de 1903, ya
se había constituido como fuerza política libre, que existía y operaba con
continuidad con vistas a la conquista del poder a pesar de que el adversario
pretendiese destruirla y que, por consiguiente, se había hecho una fuerza
política indestructible para el adversario; estuvo precedida por el trabajo más
específico hecho entre febrero y octubre de 1917, siendo seguida por una guerra
civil y contra la agresión imperialista concluida en 1921, aunque sólo en un
cierto sentido porque el intento de la burguesía imperialista de ahogar a la
Unión Soviética prosiguió con las prolongadas y múltiples maniobras
antisoviéticas de los años 20 y 30 y con la agresión nazi de 1941-1945. La
revolución rusa de 1905 tuvo más la forma de una explosión popular no precedida
por la acumulación de fuerzas en torno al partido comunista; pero no por
casualidad no había llevado a la victoria (19). Una confirmación ejemplar de la
justeza y de la profundidad de la teoría de Engels la proporciona, en Italia,
la historia del "bienio rojo" (1919-1920). La fallida acumulación de
fuerzas revolucionarias en el período precedente, la "insuficiencia
revolucionaria" del PSI como ha sido llamada, impidieron transformar en
revolución socialista la movilización de las masas que a pesar de esto estaba
en buena medida orientada por el PSI (adherido a la Internacional comunista) y
por la Revolución de Octubre y en la cual muchos eran hombres que en el curso
de la Primera guerra mundial, apenas acabada, se habían adiestrado en el uso de
las armas y para la guerra. Algunos sostienen que la culpa del fallido éxito
hay que atribuirla a los jefes reformistas (Turati, Treves, Modigliani,
D'Aragona, etc.) presentes en el PSI y que estaban a la cabeza de la CGL. Otros
sostienen que en general faltaron los jefes revolucionarios. E incluso hay
quiénes mantienen que la movilización de las masas no tuvo un carácter
suficientemente amplio y revolucionario... hasta el punto que permitiera no
tener necesidad de dirigentes. El hecho es que todo el movimiento socialista y sindical italiano se había
desarrollado solamente en todos los campos a los que los revisionistas y
reformistas, también teóricamente y en los hechos el grueso de la mayor parte
de los partidos de la Segunda Internacional, reducían el trabajo socialista,
mientras que en los demás campos no había desarrollado más que grandes y
generosas aspiraciones y grandilocuentes declaraciones y programas. Era un
movimiento capaz de multiplicar y ganar votos en las elecciones, de aumentar el
número de representantes elegidos, de crear periódicos, cooperativas,
organizaciones sindicales, asociaciones culturales, etc., pero incapaz de tener
también un solo destacamento de hombres armados o algunos de los otros instrumentos
de poder de los que se sirve la clase dominante para su dominación y de los que
detenta el monopolio por ley. Todo el
movimiento socialista y sindical italiano era rico en experiencias de lucha
reivindicativa y en iniciativas toleradas por la ley, pero incapaz de acumular
cualquier experiencia en los campos sobre los que la clase dominante se
reservaba el monopolio. Se salía de los límites impuestos por las leyes del
Estado burgués sólo a causa de iniciativas episódicas, extemporáneas,
instintivas y limitadas, en los tumultos o en los enfrentamientos callejeros
provocados por la indignación de las masas y por las provocaciones de las
fuerzas represivas. Eran episodios que arrastraban a partes más o menos amplias
del movimiento socialista, pero a los que era ajena su dirección que de esta
forma no se preparaba para desarrollar su cometido específico ni en el plano
estratégico ni en el plano táctico. Los reformistas no querían la revolución y
trataban de evitarla con todas sus fuerzas, mientras que los maximalistas
(G.Menotti Serrati, etc.) no sabían qué hacer para pasar de las
reivindicaciones a la revolución y a veces se mostraban dispuestos a mantenerse
al margen. Pero ni siquiera los comunistas (Gramsci, Bordiga, Terracini, Tasca,
etc.) sabían qué hacer. Estos alentaban e impulsaban el movimiento de masas y
querían que "el partido", que ellos no dirigían ni aspiraban a
dirigir, encabezase una revolución en la
que nunca ninguno había pensado y menos aun experimentado los pasos a través de
los cuales debía desarrollarse y prepararse (20). Cuando en la reunión de la
Dirección del PSI y del Consejo General de la CGL, del 9-10 de septiembre de
1920 en Milán, le preguntan a Tasca y Togliatti (que participaban en ella como
representantes de los obreros turineses que ocupaban las fábricas) si los
obreros estaban en condiciones de iniciar una salida ofensiva de las fábricas,
tuvieron que admitir que no, que no estaban en condiciones. De forma análoga
sucedieron las cosas también durante la huelga general y el cierre patronal de
abril de 1920 cuando en el Consejo Nacional del PSI, reunido en Milán el 20-21
de abril, Tasca y Terracini participaron como portavoces de los obreros
turineses. Más de una vez en años sucesivos A.Gramsci tendría que reconocer que
no estaban en modo alguno preparados para una ofensiva con posibilidades de
éxito, que no sabían por dónde comenzar una acción para la conquista del poder
y que pedían... que lo hiciese "el partido". Todo el movimiento socialista italiano se caracterizaba, por una
parte, por el izquierdismo y el maximalismo en el plano táctico, en las
iniciativas aisladas fruto frecuentemente de la improvisación y de la
indignación de individuos y grupos a los que el partido no daba ni
adiestramiento práctico ni orientaciones políticas e ideológicas y menos aún
directrices y, por otra parte, por el reformismo en la estrategia para el que
los objetivos generales del movimiento consistían siempre en reivindicaciones
que la dirección planteaba al gobierno o al Estado burgués que por su
naturaleza ni querían ni podían satisfacerlas. No hubo en el PSI ninguna
iniciativa de partido ni ninguna directriz relativa al armamento y
adiestramiento en el uso de las armas y en operaciones militares: todo cuanto
se hizo en el plano del armamento fue resultado de iniciativas individuales y
el adiestramiento era resultado de iniciativas individuales o bien del servicio
militar que los trabajadores prestaban en las fuerzas armadas de la burguesía:
esto demostraba, entre otras cosas, que el partido no se preocupaba de la
elaboración de concepciones militares tácticas y estratégicas adecuadas al
carácter de la clase obrera y de las otras clases populares, distintas de las
de la burguesía y derivadas de la experiencia militar que las masas habían
logrado en el curso de tumultos, revueltas, enfrentamientos callejeros. Es
conveniente recordar que las dos mayores pruebas de fuerza del bienio (la
huelga general de abril y las ocupaciones de fábricas de septiembre de 1920) se
iniciaron por iniciativa de la patronal y que la respuesta a su iniciativa fue
decidida por los organismos dirigentes de la FIOM, a la vista de la falta de
preparación del PSI para toda acción revolucionaria (21).
La falta de acumulación de fuerzas
revolucionarias, de un proceso en el curso del cual la clase obrera hubiese
preparado hasta un cierto punto ya dentro de la sociedad burguesa los
instrumentos y las condiciones de su poder, resulta evidente como causa de la
derrota también en el caso de las revoluciones alemana, austríaca, finlandesa,
húngara del 1918-1919: estas revoluciones populares llevan a la desaparición
del viejo Estado, pero no a la instauración de un nuevo Estado, lo que la
burguesía aprovechará para reformar el viejo aparato estatal en crisis. Lo
mismo se desprende de los acontecimientos de las demás agudas crisis políticas
(Polonia, Bulgaria, Rumania, Checoslovaquia, Yugoeslavia, Turquía, USA,
Inglaterra, Francia, etc.) que marcan el final de la Primera guerra mundial y
años inmediatamente posteriores.
También la historia europea posterior
del siglo XX confirma las observaciones de Engels. Fundamentalmente es la
historia de la guerra entre clase obrera y burguesía imperialista. Todas las
crisis políticas burguesas y las contradicciones entre grupos y Estados
imperialistas han estado condicionadas por esta guerra tácita. Sin embargo los
partidos comunistas no afrontan la situación en estos términos.
En los años 30 y 40 la consigna de los
grupos imperialistas franceses ante el surgimiento del nazismo en Alemania y su
expansión en España, Checoslovaquia, etc., fue la consigna de "Mejor
Hitler que los comunistas". "Mejor Hitler que el bolchevismo",
"Mejor los japoneses que los comunistas" fue la regla de los grupos
imperialistas ingleses y americanos. El alineamiento de los "Estados
democráticos" (USA, Inglaterra, Francia) contra el gobierno republicano
durante la guerra civil española (1936-39) estuvo determinado por el mismo
motivo. La burguesía imperialista finalmente, no obstante la guerra en curso
entre los grupos imperialistas, condujo la Segunda guerra mundial en clave
anticomunista, con el objetivo de aplastar el movimiento comunista en Europa,
el movimiento antiimperialista de liberación nacional en las colonias y
semicolonias y de asfixiar a la Unión Soviética. Estratégicamente, la
contradicción entre la burguesía imperialista y la clase obrera era antagónica,
al tiempo que la contradicción entre los grupos imperialistas era secundaria
aunque también fuera antagónica. En el plano táctico la relación entre ambas
contradicciones fue variable durante toda la Segunda guerra mundial.
Si buscamos hoy una respuesta a la
pregunta de "por qué durante la primera crisis general del capitalismo los
partidos comunistas de los países imperialistas no consiguieron guiar a las
masas populares hasta la conquista del poder y a la instauración del
socialismo, la respuesta que extraemos del balance de la experiencia es la de
"porque no comprendieron que la forma de la revolución socialista era la
guerra popular revolucionaria prolongada". A causa de esta incomprensión
en unos casos malgastaron sus fuerzas en insurrecciones derrotadas (Hamburgo –
octubre de 1923, Tallin – diciembre de 1924, Cantón –diciembre de 1926, Shangai
– octubre de 1926, febrero de 1927, marzo de 1927), en otros se vieron
sorpendidos por la iniciativa de la burguesía y sus provocaciones (Alemania
1919, Hungría 1919, Italia 1920, Austria 1934, Asturias 1934) o bien
mantuvieron una línea incierta y contradictoria (Alemania 1933, España, en
1936-39).
Los límites de los partidos comunistas
en los países imperialistas durante la primera crisis general (1910-1945) se
reducen en síntesis a la incomprensión de la forma de la revolución socialista,
a no haber comprendido (y traducido en acción política su comprensión) que la
guerra civil entre la clase obrera y la burguesía imperialista era la forma
principal asumida por la lucha de clases en aquellos años. Los partidos
comunistas de los países imperialistas no se situaron nunca en este terreno
como su terreno estratégico principal, desde y en función del cual desarrollar
todo su trabajo, incluso el pacífico y legal. Afrontaron con fuerza y heroísmo
la clandestinidad y la guerra cuando el adversario se las impuso (en Italia y
Yugoeslavia en 1926, Portugal en 1933, Alemania en 1933, etc.), pero como un
acontecimiento extraordinario, como una pausa en un proceso que
"debía" desarrollarse de otra manera. Entonces también los comunistas
pensaban que la revolución proletaria asumía la forma principal de guerra en
las colonias y semicolonias, no en los "civilizados" países
imperialistas, aunque la burguesía había ya demostrado en diversas
ocasiones que era capaz de arrasar
ciudades y países, de pasar por las armas a decenas de miles de hombres
desarmados, de recurrir a cualquier medio con tal de conservar su poder, de
preferir la ocupación extranjera ("mejor Hitler que el comunismo") al
poder de la clase obrera. La historia de Francia en 1935-40 es ejemplar. A
pesar de todo J.Duclos, uno de los más importantes representantes del PCF de
aquellos años junto a M.Thorez, resumía así los objetivos del partido comunista
en Francia, en 1935: "plantear como objetivo del movimiento obrero la
lucha defensiva y la ampliación de las libertades democráticas frente al
fascismo" (22). La línea del Frente único proletario y del Frente popular
antifascista (aprobada por el VII Congreso de la Internacional Comunista,
agosto de 1935) fue aplicada en los países imperialistas como línea de alianza
con fuerzas políticas y sindicales y con clases sin tener en cuenta la
independencia del partido ni asegurar su dirección en el Frente. Por
consiguiente llevó al partido comunista a ser continuamente chantajeado por los
partidos socialdemócratas y burgueses, a depender para las acciones de masas,
en cierta medida y en algunos períodos, de la colaboración de los dirigentes y
partidos socialdemócratas y reformistas, a subordinar su iniciativa a su
consenso, a plantearse tareas cuya realización dependía de su apoyo, a no
asumir en primera persona la dirección y a no concebir el movimiento como una
guerra.
El hundimiento del Estado francés,
mayo-junio 1940, la desaparición de varios Estados nacionales ante el avance de
Hitler después de 1938 (Checoslovaquia, Austria, Polonia, Bélgica, Holanda,
Dinamarca, Noruega, Yugoeslavia, Grecia, etc.), el hundimiento del fascismo en
julio de 1943 en Italia, etc., no sólo no llevaron a la instauración de la
dictadura del proletariado, sino que el partido comunista no estuvo ni siquiera
en condiciones de dar una dirección a las fuerzas populares que el hundimiento
del viejo Estado liberaba: porque no estaba en condiciones de ponerse a la
cabeza del movimiento político en la nueva situación, no se había preparado ni
acumulado experiencias y estructuras para dirigir la guerra, no había concebido
la forma de la revolución proletaria según su naturaleza real, no se había
liberado suficientemente, en la práctica y no sólo en las declaraciones, de la
concepción válida para los tiempos de la Segunda internacional (de partido más
a la izquierda de los partidos de la sociedad burguesa, de partido que lucha
por defender los intereses de la clase obrera en la sociedad burguesa, de
portavoz de su sector más avanzado en la sociedad burguesa). Será sólo después,
en el curso de la Segunda guerra mundial, cuando poco a poco los partidos
comunistas asumirán en cierta medida la dirección de las masas populares en la
guerra contra el nazi-fascismo, en la Resistencia.
En Italia, hasta septiembre de 1943, no
existió una línea de partido encaminada a desplazar su actividad al plano
militar. Comunistas aislados, por propia iniciativa, recuperan armas de los
cuarteles que permanecen durante algunos días abandonados o escasamente
guarnecidos; durante algunas semanas el partido no da directrices a los
soldados que se dispersan, a causa de la vergonzosa deserción del rey y de gran
parte de los oficiales, ni organiza nada. Sólo en el transcurso del mes el
partido comienza a desarrollar su tarea de promotor, organizador y dirigente de
la guerra antifascista con los importantes resultados que conocemos. Por
primera vez en su historia las masas populares italianas ven ponerse manos a la
obra a un partido comunista que dirige sobre el plano estratégico y táctico una
amplia acción política (que comprende también su aspecto militar): por esto
justamente hemos dicho que la Resistencia ha sido "el punto más alto
alcanzado hasta ahora en nuestro país
por la clase obrera italiana en su lucha por el poder".
Haciendo el balance de la experiencia
de la guerra civil española (1936-39), el Partido Comunista de España
(reconstituido) ha llegado a la conclusión de "señalar la vía de la guerra
popular revolucionaria prolongada como la vía hacia la cual conducía la
experiencia del PCE, pero que el PCE no descubrió". Es en este límite, que
el PCE no logró superar, en el que el PCE(r) ve la causa principal de la
derrota de las masas populares españolas (23).
Para que el hundimiento de un Estado
lleve a la instauración de la dictadura del proletariado es preciso que sea
precedida por un período de "acumulación de las fuerzas revolucionarias en
torno al partido comunista" y que la quiebra del Estado burgués se
produzca en el curso de un movimiento dirigido por el partido (avance del
Ejército Rojo en Europa Oriental en 1944-45, la China de 1949; Cuba en 1959;
los tres países de Indochina en 1975). Mao Tse-tung ha desarrollado de forma
profunda los aspectos universalmente válidos de la acumulación de fuerzas
revolucionarias en torno al partido comunista en el partido mismo, en el frente
de las clases revolucionarias y en las fuerzas armadas revolucionarias y ha
calificado de guerra popular revolucionaria prolongada a este proceso en el que
las fuerzas que el curso de la vida social genera gradualmente son recogidas poco a poco por el partido comunista que
las educa adiestrándolas en la lucha (según el principio de "aprender a
cambatir combatiendo"), las organiza, las une de manera que crezcan hasta
hacer prevalecer sus fuerzas sobre las de la burguesía imperialista
(24).
Mao ha estudiado y señalado también las
grandes fases a través de las cuales se desarrolla la guerra popular
prolongada.
La fase de la defensiva estratégica:
las fuerzas de la burguesía son aplastantemente superiores, las fuerzas
revolucionarias débiles; el objetivo del partido es el de recoger, adiestrar y
organizar las fuerzas y de prepararlas para la lucha evitando verse obligado a
un enfrentamiento frontal y decisivo y tratar de preservar y acumular sus
fuerzas; la burguesía busca el enfrentamiento decisivo, el partido lo evita
manteniendo la iniciativa en el plano táctico.
La fase de equilibrio estratégico: las
fuerzas revolucionarias han alcanzado el nivel de las fuerzas de la burguesía
imperialista.
La fase de la ofensiva estratégica: las
fuerzas revolucionarias han logrado la superioridad con respecto a las de la
burguesía; el objetivo del partido es el de lanzar a las fuerzas
revolucionarias al ataque para eliminar definitivamente las fuerzas de la
burguesía y tomar el poder.
Obviamente como comunistas italianos
nos compete el conocer, mediante la reflexión y la verificación práctica, los
pasos y leyes concretas de la revolución en nuestro país. Pero nosotros
encontramos ilustradas en las obras de Mao Tse-tung las leyes universales de la
guerra popular revolucionaria de carácter prolongado, elaboradas sobre la base
de la experiencia de la primera oleada de la revolución proletaria y
confirmadas por diversos episodios que la acompañan.
El maoísmo no es el marxismo-leninismo
aplicado a China y a las semicolonias o a las colonias y semicolonias. Es la
tercera etapa superior del pensamiento comunista, tras el marxismo
(Marx-Engels) y el leninismo (Lenin-Stalin). Justamente Stalin en Lecciones sobre el leninismo (1924)
señalaba que el leninismo no era la aplicación del marxismo a Rusia y a los
países atrasados, sino que era el marxismo de la época en la que comenzaba la
revolución proletaria. No era ya posible ser marxista sin ser leninista.
Igualmente hoy no se puede ser marxista-leninista sin ser maoísta: lo que
quiere decir no tener en cuenta la experiencia de la primera oleada de la
revolución proletaria, de la que obviamente Lenin no pudo hacer el balance.
Pero todos los intentos de afirmar el maoísmo como tercera etapa superior del
pensamiento comunista se empantanan en discursos y reflexiones etéreas si no se
apoyan sobre la tesis de que "la guerra popular revolucionaria prolongada
es la forma universal de la revolución proletaria". Esta tesis emerge
claramente de los artículos Por el
marxismo-leninismo-maoísmo, Por el maoísmo y Sobre la situación revolucionaria
en desarrollo publicados en Rapporti Sociali nº9/10 (1991), a los
que remitimos para algunos desarrollos particulares.
Mao Tse-tung no criticó en los años 30 y 40 la
concepción de la revolución proletaria que prevalecía en los partidos
comunistas de los países imperialistas, si bien consideró su línea de
"ampliación de la democracia" (para la cual remitimos a la afirmación
de J.Duclos antes mencionada) como línea normal en sus circunstancias (salvo
criticar a los comunistas chinos que querían adoptar también en China la
consigna del PCF "Todo a través del frente", negando así la
independencia del Partido Comunista chino en el Frente antijaponés). Esto forma
parte del mismo orden de cuestiones por las que Lenin defendió la organización
estratégica clandestina del partido en nombre de la particularidad rusa hasta
que la bancarrota de la Segunda Internacional en 1914 demostró prácticamente su
necesidad universal. El marxista extrae de la práctica las enseñanzas que ésta
contiene, no inventa teorías. Las ideas deben ser demostradas en la práctica,
en negativo o en positivo, antes de ser rechazadas unas y aceptadas otras. Los
partidos comunistas de los países imperialistas durante la primera crisis
general del capitalismo han realizado grandes cosas, han movilizado grandes
masas y han aportado una contribución importante a la victoria contra el
nazifascismo. Era necesario que los límites de todo este gran trabajo se
mostrasen en la incapacidad de valorar los frutos de la victoria sobre el nazifascismo
y de asumir el poder, para que pudieran ser comprendidos y criticados y para
que la teoría maoísta, bajo la forma universal de la revolución proletaria,
formase parte del patrimonio teórico del movimiento comunista.
La realidad del desarrollo de la
revolución proletaria en el período 1914-45 ha mostrado, también en los países
imperialistas, que los partidos comunistas han unido a la clase obrera y han
asegurado la dirección de la misma sobre otras clases populares cuando y en la
medida en que han sabido organizar a las masas populares en la guerra contra el
régimen existente de la burguesía imperialista. Mientras su acción estaba
centrada en el intento de convencer a socialdemócratas, católicos, etc., de
constituir un frente común de oposición legal, un frente común reivindicativo,
un frente común antifascista, ha obtenido escasos resultados. Sin embargo,
cuando se han puesto a la cabeza de la guerra a la que las condiciones
prácticas obligaban a las masas, han dirigido a trabajadores católicos, socialistas,
sin partido, etc., y han obligado también a sus dirigentes a seguirles.
Pero, ¿acaso debemos proclamar los
comunistas una guerra que no existe, para asegurar en el curso de la misma la
dirección de la clase obrera? Cuando decimos que la crisis general actual tiene
su solución en la contradicción entre movilización revolucionaria y
movilización reaccionaria de las masas, queremos decir que el enfrentamiento
entre las clases y el enfrentamiento entre los grupos imperialistas se plantean
cada vez más en el terreno de la guerra. Dejando aparte las guerras declaradas,
se está produciendo una guerra no declarada, por una parte, entre la burguesía
imperialista que quiere y tiene que valorizar su capital y que con este fin
debe aplastar y torturar a millones de hombres y mujeres, y por otra las masas
populares que se defienden como pueden y en orden disperso. La burguesía
combate a su modo, utilizando los medios de que dispone (el dinero, las leyes
"objetivas" de la economía, las relaciones sociales "normales",
la autoridad moral de patronos y curas, la presión de los hábitos y cultura
corrientes, las armas, la burocracia del Estado, las organizaciones
extralegales, las instituciones del Estado, etc.) para arrojar como
"sobrantes" a millones de hombres y mujeres, para privar de las
condiciones elementales de vida, de alimentos, vivienda, vestido, instrucción,
atención médica, etc.-, a millones de hombres, para despojar a millones de
hombres de todo cuanto habían conquistado, para aplastar los intentos de emancipación
y de organización, para eliminar a los dirigentes que tratan de impulsar,
organizar y dirigir la resistencia. A nivel mundial las víctimas de esta guerra
difusa y no declarada son innumerables, mayores que las de todas las guerras
declaradas que se desarrollan al mismo tiempo, si es verdad que sólo los
muertos por hambre son de 30 millones al año. También en los ricos países
imperialistas las víctimas de esta guerra son millares de hombres y mujeres
marginados como sobrantes, destruidos moral y físicamente, embrutecidos,
pervertidos, prostituidos, de mil formas vejados y humillados. Es la famosa
"lucha de clases que ya no existe" en las interesadas declaraciones
de la burguesía imperialista y de sus portavoces. Una lucha que como comunistas
debemos asumir como propia, reconocer, descubrir sus leyes, prepararnos para
acometerla con éxito llevando sobre el campo de batalla las fuerzas que el
curso de la vida social y el mismo desarrollo de la lucha generan. Por nuestra
parte debemos emprenderla a nuestro modo: de acuerdo con la clase que la debe
dirigir, con las clases que la deben acometer y de las que provienen nuestras
fuerzas, de acuerdo con las complejas condiciones de las relaciones entre las
clases de nuestro campo y las influencias recíprocas entre nuestro campo y el
campo enemigo.
El
problema, por consiguiente, es estar presentes y ser protagonistas en esta
guerra, de no dejarse sorprender por los acontecimientos, de orientar nuestro
trabajo de hoy con vistas a este curso inevitable, de mantener la iniciativa
aunque la correlación de fuerzas esté hoy ampliamente a favor de nuestros
adversarios y comprender las leyes particulares de esta guerra (que no son las
de la guerra en general ni las de las guerras pasadas ni las de la guerra entre
grupos imperialistas). Este es el terreno del enfrentamiento real. Sobre este
terreno se decide la partida. En función de este terreno han de ser conducidas
todas las operaciones. Es preciso establecer una justa jerarquía estratégica
entre nuestras operaciones y después, paso a paso, definir la jerarquía
táctica. No se trata hoy principalmente de propagar la necesidad de la guerra,
de convencer con nuestra propaganda a la clase obrera y a las masas populares
para que se preparen para la guerra. No se trata principalmente de "elevar
la conciencia" de las masas con nuestra propaganda. Se trata sobre todo de
crear un partido que trabaje y sea capaz de trabajar en función de la guerra y
que desde esta posición dirija e impulse también la lucha de las masas a favor
de la paz contra la guerra imperialista, a la cual la burguesía, con todas sus
medidas concretas, nos está arrastrando aunque la tema y se retraiga, temerosa
de pasadas experiencias. Lógicamente para lograr esto es preciso, por un lado,
que aprendamos a ver que efectivamente la burguesía imperialista, con sus
medidas concretas en el campo económico, político y cultural, está llevando
hacia la guerra imperialista (la movilización reaccionaria de las masas) y está
conduciendo una guerra de exterminio contra las masas populares. Quien no vea
esto claramente, o se aferra a las ilusiones oportunistas y conciliadoras
("no se producirá ninguna guerra") o "proclama la guerra".
Para
evitar equívocos y vistos los precedentes de las Brigadas Rojas que pasaron de
la propaganda armada, para reunir las condiciones de la reconstrucción del
partido comunista, a una "guerra desplegada" que sólo existía en la
imaginación de los militaristas (de ahí que se quedasen solos, abandonados por
las masas, hasta llegar a la disgregación y corrupción de las fuerzas que
habían ya acumulado), es preciso decir que la guerra, en cuanto forma principal
de la revolución proletaria, es una guerra particular, diferente de las guerras
que la humanidad ha conocido en siglos precedentes. Es una guerra de nuevo tipo
porque tiene un objetivo distinto a todas las guerras precedentes: la conquista
por parte de la clase obrera de la dirección de las masas populares en la
movilización contra la burguesía imperialista por la instauración del poder de
la clase obrera y el socialismo. Se desarrolla bajo formas propias. La
comprensión de las formas particulares de esta guerra en nuestro país, la
elaboración y aplicación de líneas y métodos conformes a ellas y su dirección
constituyen el cometido específico del nuevo partido comunista.