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Sumario

1.      Presentación

2.      Por el debate sobre la causa y naturaleza de la crisis actual    ( Descarguen el texto ) 

3.      La crisis actual: crisis de superproducción de capital               ( Descarguen el texto )

 

3. La crisis actual: crisis por superproducción de capital

(Rapporti Sociali, n. 0, septiembre de 1985)

1. El límite histórico del capitalismo

2. Plusvalía y plustrabajo

3. Inevitabilidad de la superproducción de capital

4. Las tendencias puestas en marcha por la superproducción de capital: un desmadre general

5. El consumismo: arma de doble filo

6. La guerra como remedio para el capital

7. La sociedad elige a sus parteras

 NOTAS

 

“Por tanto, el único método indicado de tratar la cuestión era el lógico. Pero éste no es, en realidad, más que el método histórico, despojado únicamente de su forma histórica y de las contingencias perturbadoras. Allí donde comienza esta historia debe comenzar también el proceso discursivo, y el desarrollo ulterior de éste no será más que la imagen refleja, en forma abstracta y teóricamente consecuente, de la trayectoria histórica; una imagen refleja corregida, pero corregida con arreglo a las leyes que brinda la propia trayectoria histórica; y así, cada factor puede estudiarse en el punto de desarrollo de su plena madurez, en su forma clásica”.

(Una contribución a la crítica de la economía política, de Carlos Marx, F. Engels, agosto 1859).

 

Desde los años 70 todo el sistema capitalista está plagado de evidentes y variadas manifestaciones de malestar económico, cuyos primeros síntomas se comenzaron a ver a finales de los años 60.

No se trata de una de las numerosas y recurrentes recesiones de corta duración que jalonan también el período de nuevo florecimiento del modo de producción capitalista (1945-1970) que sucedió a las destrucciones y conmociones del período 1914-1945. Se trata de un fenómeno prolongado, que se manifiesta en todo el mundo, si bien de forma más acentuada en unos países y sectores que en otros. Se ha iniciado una nueva gran crisis histórica del modo de producción capitalista, acentuándose con ella todas las contradicciones entre las clases, Estados y sistemas.

¿Cuál es la causa estructural de estas crisis históricas características de la fase suprema del capitalismo, la fase del predominio del capital financiero y de los monopolios? A esta pregunta responden las páginas siguientes. Con la advertencia de que, como en todo discurso serio sobre el sistema económico capitalista, no pretendemos abarcar todos los aspectos de la realidad, sino únicamente ilustrar la tendencia principal que se abre paso a través de impulsos y retrocesos, avances y repliegues: de movimientos contradictorios cuyo significado real sólo se puede comprender a la luz de la tendencia principal.

 

1. El límite histórico del capitalismo

En realidad, la crisis actual es una crisis por superproducción de capital, la segunda crisis general por superproducción absoluta de capital. Esta es una verdad que ningún burgués u oportunista se atreve a encarar, porque la burguesía no tiene ante ella otra perspectiva que no sea terrorífica: es la manifestación del límite histórico del modo de producción capitalista.

La superproducción de capital no equivale a superproducción de mercancías. Es banal constatar que hoy también existe superproducción de mercancías, porque no puede ser de otra manera. Cuando el mercado se contrae existe superproducción de mercancías, es decir, se producen más mercancías de las que se pueden vender con ganancias; igualmente se da el subconsumo, es decir son adquiridas menos mercancías de las que se producen; también existe desproporción entre sectores, es decir algunos sectores absorben menos de lo que producen los sectores complementarios, o viceversa, algunos sectores producen más de lo que pueden absorber los sectores complementarios. Todo esto (superproducción de mercancías, subconsumo, desproporción) es una manifestación, pero no la causa de la crisis actual, al igual que es un síntoma, pero no la causa de la enfermedad de una persona, el hecho de que tenga fiebre o se encuentre sin fuerzas. No se trata de poner en cuestión la existencia o no de estos fenómenos, sino de saber si éstos son la causa motriz de la crisis o simplemente síntomas de ella. En la historia de la sociedad burguesa ha habido tanto crisis por superproducción de mercancías y crisis de subconsumo, como crisis de desproporción.

Las crisis por superproducción de mercancías se desarrollan de la siguiente forma: las ventas van viento en popa, los precios suben, los capitalistas se lanzan a ampliar la producción, las fábricas trabajan a pleno ritmo, los canales de salida aumentan, pero a un ritmo menor del que se incrementa la producción hasta llegar a un punto en el que las ventas se estancan y después caen; una masa de mercancías queda sin vender, quiebras, caídas de precios, cierres de fábricas, desempleo. Por lo tanto, es una crisis generada por el desarrollo rápido e impetuoso del volumen de la producción en uno o más sectores, lo que provoca un malestar general.

Igualmente se genera una crisis por subconsumo cuando cesa más o menos bruscamente la utilización de algunos productos, se cierran más o menos bruscamente algunas salidas comerciales.

En la sociedad burguesa, las cantidades producidas y las empleadas globalmente son el resultado de millones de acciones independientes y contradictorias de capitalistas e individuos (coordinadas y dirigidas sólo hasta cierto punto por asociaciones y gobiernos), siendo la norma el desajuste entre unas y otras y la coincidencia una excepción. En cada crisis concreta es necesario prestar atención al movimiento que la ha producido, si se debe a un aumento repentino de la producción de uno o más productos fundamentales, si se ha producido la interrupción brusca de algunos canales de salida fundamentales o bien por otras razones. En apariencia, en cada crisis existen tanto superproducción y subconsumo como desproporción.

A esta crisis por superproducción de capital se refería Marx cuando decía expresamente: ‘es decir, tan pronto como el capital acrecentado sólo produjese la misma masa de plusvalía o incluso menos que antes de su aumento, se presentaría una superproducción absoluta de capital (o sea, extendida a todas las ramas de la producción); es decir, el capital acrecentado C + DC no produciría más ganancia, sino incluso, tal vez, menos que el capital C antes de acrecentarse con DC’. (Marx, El Capital, libro III, Editori Riuniti, 1965, p. 304).

 

2. Plusvalía y plustrabajo (*)

¿En qué consiste la crisis por superproducción absoluta de capital?

Examinemos el ciclo de valorización del capital total, es decir el proceso mediante el que un capital de cierta magnitud, haciendo trabajar a los obreros, se transforma en un capital de mayor magnitud.

El capital C se valoriza produciendo una plusvalía PV. Ahora el nuevo valor (C+PV) debe a su vez valorizarse nuevamente. Esto requiere nuevas iniciativas (desarrollo extensivo) o un aumento de la composición orgánica en los viejos campos de aplicación del capital basado en el crecimiento de la composición técnica (desarrollo intensivo). El nuevo capital C' = (C+PV) debe pues valorizarse produciendo una nueva plusvalía PV'. Si el nuevo capital C' se emplea con una más alta composición técnica y orgánica, es necesario examinar como va la producción de plusvalía. Se pueden dar situaciones profundamente distintas. Examinemos las siguientes (empleando, para representar los ciclos de valorización, las expresiones usadas por Marx en El Capital, libro 1°, tercera sección, al que remitimos para mayores aclaraciones):

            c                v             pv              p

 

1.      100       +     50     +     50        = 200         p'   = 33,3 %     s = 100%

2.1    185       +     15     +     25        = 225         p'   = 12,5 %     s = 166%

2.2    170       +     30     +     50        = 250         p'   = 25   %      s = 166%

2.3    162,5    +     37,5  +     62,5     = 262,5      p'   = 31,2 %     s = 166%

2.4    155       +     45     +     75        = 275         p'   = 37,5 %     s = 166%

 

 

c =   capital constante

v       =   capital variable

c+v    =   capital total

pv      =   plusvalía extraída

p'      =   cuota porcentual de ganancia = 100 pv / (c+v)

p       =   capital  total al finalizar el ciclo

s       =    cuota porcentual de plusvalía = 100 pv/v

(Los números utilizados son simples ejemplos)

 

El caso 1. es el primer ciclo de valorización, el que consideramos que ya ha tenido lugar y concluido: el capital era, a comienzos del ciclo C= 150, ahora se ha acrecentado y ha pasado a ser C'=200. Los casos 2.1, 2.2, 2.3 y 2.4 son los cuatro posibles casos del segundo ciclo de valorización, todos con un capital total de 200 y distintas composiciones orgánicas.

Supongamos que en el caso 1 el capital ha empleado 10 obreros que han realizado 5 horas de trabajo necesario y 5 de plustrabajo.

El caso 2.1 puede ser el resultado del capital de 200 que emplea 4 obreros que realizan 3+3/4 horas de trabajo necesario y 6+1/4 de plustrabajo.

El caso 2.2. puede ser al resultado del capital de 200 que emplea a 8 obreros que realizan 3+3/4 horas de trabajo necesario y 6+1/4 de plustrabajo.

El caso 2.3. puede ser al resultado del capital de 200 que emplea a 10 obreros que realizan 3+3/4 horas de trabajo necesario y 6+1/4 de plustrabajo.

El caso 2.4. puede ser al resultado del capital de 200 que emplea a 12 obreros que realizan 3+3/4 horas de trabajo necesario y 6+1/4 de plustrabajo.

Si la nueva composición orgánica lleva a un ciclo de valorización como el 2.4 no hay ningún problema; aumentan la cuota de ganancia, la cuota de plusvalía y la masa de plusvalía.

Si la nueva composición orgánica lleva a un ciclo de valorización como el 2.3, surgen problemas debido al hecho que la tasa de ganancia disminuye. Pero dado que la masa de plusvalía aumenta, todo el nuevo valor C' es empleado como capital. La competencia entre capitales se acentúa.

Si la nueva composición orgánica llevase a un ciclo de valorización como el 2.2, u otro peor, como el de 2.1, el valor con el que ha acabado el primer ciclo, C+PV, no puede emplearse todo como capital en el siguiente ciclo de valorización. Ningún capitalista aceptará emplear un capital mayor para obtener una masa de plusvalía menor o igual a la que obtiene empleando un capital menor. Obviamente aquí nos referimos a las condiciones de valorización del capital total.

Aquí se produce la superproducción de capital: se ha terminado el ciclo anterior con más valor del que puede ser empleado como capital en el ciclo siguiente.

A esta crisis de superproducción de capital se refería Marx cuando decía expresamente: “es decir, tan pronto como el capital acrecentado sólo produjese la misma masa de plusvalía o incluso menos que antes de su aumento, se presentaría una superproducción absoluta de capital (o sea, extendida a todas las ramas de la producción); es decir, el capital acrecentado C + DC no produciría mas ganancia, sino incluso, tal vez, menos que el capital C antes de acrecentarse con DC”. (Marx, El Capital, libro 3°, Ed. F.C.E. , 1948, p. 249).

 

3. Inevitabilidad de la superproducción de capital

¿Se producen necesariamente en la sociedad burguesa situaciones de superproducción absoluta de capital?

Tomemos como ejemplo un mundo completamente sometido al capital.

Es inevitable que se llegue a situaciones de superproducción de capital. De hecho, a cada aumento de la composición orgánica, el capital reduce la masa de trabajo que emplea en paridad con la cantidad del valor de uso producida.

En el caso 1. el capital emplea 10x (5+5) = 100 horas de trabajo.

En el caso 2.1 el capital emplea 40 horas de trabajo; en el caso 2.2, 80 horas de trabajo.

Esta es una tendencia constante y necesaria del capital. La masa de trabajo empleada por el capital (en correspondencia con la misma cantidad del valor de uso producida) tiende a cero. El valor conservado tiende continuamente a crecer con respecto a la cantidad del nuevo valor producido. No vale objetar que la masa de trabajo expulsada de la producción será empleada en definitiva (es decir, entre convulsiones y contradicciones, a largo plazo) en la producción de nuevos y más potentes medios de producción. Ya sea porque el capital solamente adopta un nuevo medio de producción si el ahorro de trabajo vivo pagado que obtiene con su utilización es superior a la diferencia entre la cantidad de trabajo vivo (pagado y no pagado) requerida por el nuevo medio de producción y la cantidad de trabajo pagado y no pagado requerida por el viejo medio de producción; ya sea porque (como ya hacía observar Marx hace más de 120 años) la eficacia o potencia de los nuevos medios de producción no es de ninguna manera proporcional a la cantidad del trabajo inmediato requerida para su producción, sino que depende más bien de la utilización que se hace en la producción del patrimonio científico y cultural acumulado por la humanidad.

Es cierto que, a cada aumento de la composición orgánica, el capital reduce también el trabajo necesario (y por tanto aumenta el plustrabajo) con respecto a la masa de trabajo empleada. Pero el aumento del plustrabajo, por más que se produzca, sólo puede tener lugar dentro de unos límites bien definidos. Si la jornada de trabajo es de 10 horas (pero al mismo resultado se llegaría también si fuese de 24 horas), la masa de plustrabajo que el capital puede extraer a cada obrero no puede ser más que inferior, por mucho que se aproxime a 10 horas al día.

Así pues, si el capital, a medida que se acrecienta, emplea (a igual cantidad de valor de uso producida) un número decreciente de trabajadores (con límite cero), pero no puede aumentar la cantidad de plustrabajo extraído a cada trabajador individualmente más allá de la cantidad determinada por la duración de la jornada de trabajo (duración que, más allá de los límites históricos, políticos y sociales, tiene de todos modos el límite máximo de 24 horas), ello hace necesario que se llegue a un punto a partir del cual un posterior acrecentamiento del capital comportaría la diminución de la masa de trabajo excedente extraída, masa que es el producto del número de trabajadores empleados por el plustrabajo extraído a cada trabajador.

A esto se podría objetar que el resultado por el que un capital C + DC produce una plusvalía PV' menor que la plusvalía PV producida solamente por el capital C, no es más que un simple juego matemático. Porque, se podría argumentar que si C produce una plusvalía PV, el nuevo capital DC puede producir por su parte una plusvalía, tan pequeña como se quiera, o incluso ninguna, pero la plusvalía total producida por el capital C + DC nunca será menor que la plusvalía producida sólo por C.

Pero quien plantea esta objeción olvida que la plusvalía no es “producida” por el capital, sino por los trabajadores empleados por él.

Quien hace esta objeción razona como si se tratase de la producción de un huerto: si los 100 manzanos que hay en un huerto producen 200 quintales de manzanas, y si se plantan otros 10 nuevos manzanos, por poco o nada que produzcan nunca se logrará una producción inferior a los 200 quintales de manzanas. Lo que es evidente, a no ser que la plantación de los 10 nuevos manzanos revolucione también las condiciones de germinación, floración, etc., de los 100 manzanos anteriores.

Esto es precisamente lo que le sucede al capital. El capital-padre C que ha generado al capital-hijo pv, forma ahora con él un capital nuevo e indistinto (el Espíritu Santo) en el que han desaparecido las personas del padre y del hijo y que existe como una nueva y única persona. El empleo de la plusvalía como capital revoluciona y debe revolucionar también las condiciones de empleo del viejo capital, determinando asimismo una más alta composición orgánica de todo el capital, es decir, una relación más elevada entre el valor del capital constante y el valor del capital variable y una cuota de plusvalía distinta.

 

4. Las tendencias puestas en marcha por la superproducción de capital: un desmadre general

¿Qué tendencias se ponen en marcha cuando se produce la superproducción de capital? Múltiples tendencias que enunciamos sin preocuparnos por su importancia relativa y los factores (crediticios, financieros, políticos, culturales, etc.) que favorecen o potencian unos sobre otros, siendo todos aspectos de la crisis general del modo de producción capitalista.

a) Ningún capitalista invierte, decíamos antes, más capital para obtener una plusvalía menor que la que obtiene invirtiendo menos capital. Por lo tanto, ningún capitalista se hace daño a sí mismo; en este sentido, frena el desarrollo de las fuerzas productivas.

Pero todo capitalista, precisamente porque no puede invertir en su campo la plusvalía que ha extorsionado, buscará invertir en el sector donde operan otros capitalistas.

De hecho, en este nuevo sector, las consecuencias ruinosas para el capital que ya opera allí que creará la nueva inversión, no le importan en absoluto. Precisamente porque invierte en el nuevo campo (para él) con la mayor composición técnica (y por lo tanto orgánica) posible. Entonces, con la mayor productividad del trabajo en comparación con los capitales que ya operan en él, tiene la posibilidad de conquistar su participación en el mercado a expensas de los capitalistas que ya operan en él. El hecho de que el capital que invierte en el nuevo campo le genere una ganancia menor (es decir, invierte a una tasa de ganancia menor) que la que le genera el viejo capital que sigue operando en su sector, es motivo de angustia, pero no le hace desistir de la iniciativa, porque la alternativa es dejar ociosa la plusvalía que ha extorsionado (o utilizarla como renta). Si la plusvalía que posee no es cuantitativamente suficiente para emprender la producción en el nuevo sector en una escala adecuada, no hay problema insuperable: serán los otros capitalistas (incluidos los que operan en el sector que él va a invadir arruinándolos) quienes le proporcionarán los medios de los que carece. Eso es posible porque están en posesión de plusvalía que tampoco pueden usar como capital en su sector y, por lo tanto, la confían al sistema de crédito del que nuestro capitalista la extrae.

Por supuesto, esto no excluye que otro capitalista le esté haciendo el mismo servicio que él se está preparando para hacer a los demás. En definitiva, un desmadre general, del que se liberan tanto los obstáculos al desarrollo de las fuerzas productivas, la feroz competencia (no para mejorar las condiciones de valorización sino para sobrevivir), como la destrucción de capital y valor.

(b) Las actividades de especulación financiera se hinchan, se vuelven prominentes en relación con las actividades del capital dedicadas a la producción y circulación, y las perturban con sus movimientos rápidos y violentos. Una enorme masa de valor en forma de dinero trata de encontrar por todos los medios un "uso fructífero", valorarse a sí misma, es decir, operar de alguna manera como capital. Véase los mercados de eurodólares; la carrera de los capitalistas tanto para comprar dólares como para comprar marcos, que imprime cambios violentos en los tipos de cambio entre monedas o fuertes intervenciones de rescate por parte de los bancos centrales; la carrera para comprar tanto estas acciones como otras, tanto estas acciones financieras como otras, tanto estas materias primas como otras, que imprime cambios abruptos en el curso de los títulos de las Bolsas valores y los precios de las Bolsas mercancías. Se trata de transacciones que no permanecen cerradas dentro del ámbito de los especuladores bursátiles con la ruina de unos y la fortuna de otros, sino que extienden sus efectos por todo el sistema económico: la variación de los tipos de cambio entre monedas conlleva la variación del precio de todos los mercancías sujetas al mercado internacional y, en consecuencia, también de otras y provoca que varíe el valor real de los pagos pendientes; la variación del precio de las materias primas sujetas a especulación por parte de los operadores de las Bolsas de mercancías afecta o favorece a todos los productores y usuarios de los mismos; el cambio en el precio de los valores financieros afecta o favorece a todos los tenedores de esos valores que deben convertirlos en dinero o utilizarlos como garantía de préstamos.

c) El esfuerzo de cada fracción individual de capital por apropiarse, a expensas de las otras fracciones de capital, de una parte adecuada de la masa decreciente de la plusvalía, se vuelve espasmódico. La inflación es un resultado adecuado para este esfuerzo, un resultado que, al nacer en el terreno del monopolio, no encuentra límites a su desarrollo, pero que al mismo tiempo, como se desprende de lo que hemos dicho en premisa, no es una cura para los problemas que la generan. El estancamiento y la inflación (este espectro bilateral aterrador para el capitalista, con el que se pueblan las pesadillas de académicos burgueses, ‘expertos’ en política económica, banqueros y políticos) son un resultado obvio e inevitable de la situación descrita hasta ahora. Aquí hay un aumento en la masa de capital empleado en circulación y para la circulación y en el relacionado empleo de trabajadores improductivos de plusvalía.

d) La explotación de los trabajadores (la intensificación del trabajo, la reducción hasta los huesos del número de trabajadores empleados, etc.) junto con la devastación de las condiciones ambientales son empujadas por cada capitalista al máximo, como condiciones para su salvación, para la explotación de su parte del capital. La competencia extranjera se convierte en el pretexto conveniente y real para reducir los salarios como condición de supervivencia de la "economía nacional". Incluso si en realidad todas son condiciones que hacen que todo el capital se hunda aún más en la crisis y, por lo tanto, a la larga crean condiciones más difíciles de valorización para cada una de sus cuotas individuales. Como individuos sumidos en arenas movedizas, cada uno de los cuales intenta (y logra por un momento mantenerse a flote) y levantarse un poco aprovechando a sus compinches de la desgracia, pero que precisamente con su agitación aceleran su hundimiento.

e) Una parte creciente de la plusvalía no se convierte en capital, sino que se utiliza como renta:

- tanto como renta personal del capitalista y sus secuaces, como lujo y pompa de cosas y servidumbre, de gorilas, de lameculos, etc. Aquí hay un aumento de trabajadores improductivos de plusvalía.

- Tanto como valor empleado en fundaciones, instituciones ‘culturales’, benéficas, fiscalizadoras, etc., en resumen, una masa de valor empleada no con el propósito directo de valorizarse a sí misma, es decir, no como capital. Aquí está el correspondiente aumento de la plusvalía de los trabajadores improductivos.

- Tanto como gasto estatal como gasto público en general. Gasto que se alimenta de la plusvalía bajo dos prendas:

bajo la apariencia de impuestos y gravámenes. Es cierto que una gran cantidad de los ingresos fiscales de la administración pública es extorsionada a los trabajadores (como impuestos directos e indirectos), por lo que parece que se trata de una reducción de los salarios. Pero veamos las cosas mejor. Precisamente porque son extorsionados a los trabajadores, cualquier aumento de impuestos conlleva una reducción de los salarios. Este es su efecto inmediato. Pero luego los trabajadores toman represalias, en diferentes momentos y medidas, sobre los salarios; exigen y obtienen, más o menos a larga distancia y en diferentes medidas de categoría a categoría, un aumento de los salarios. Entonces, la posibilidad del aumento de impuestos radica en la plusvalía. El Estado, a través del aumento de la tributación directa e indirecta, con la emisión de billetes excedentes, rastrilla cuotas sustanciales de plusvalía social. Esto no quita, por cierto, el carácter positivo y necesario de las luchas obreras contra el aumento de los impuestos (porque conduce a la reducción de los salarios) y por la reducción de los impuestos (lo que conduciría a un aumento de los salarios).

La recaudación de impuestos sobre los salarios en lugar de directamente sobre la plusvalía tiene grandes ventajas para los capitalistas: una reducción más o menos prolongada de los salarios y la distribución del gravamen a todos los capitalistas (a aquellos cuyo negocio está en auge, así como a aquellos que están sucumbiendo), lo que tiene la ventaja de permitir que el capitalista que ‘lo ha conquistado’ disfrute plenamente de su período de vacas gordas y de exaltar su ‘iniciativa’ e ‘ingenio’.

Bajo la apariencia de crédito a la administración pública (deuda pública). Una voz enormemente aumentada en los presupuestos públicos. De esta manera, una parte de la plusvalía ‘se valora’ dos veces.

Una primera vez porque crea las condiciones para la realización del capital-mercancía en las que se encuentra encerrado (la administración pública compra bienes a los capitalistas) y de las que saldría con dificultad porque la falta de posibilidades de inversión lucrativas para el nuevo capital en su totalidad implica también que no existe un mercado adecuado desde un punto de vista cuantitativo para el capital-mercancía. De hecho, todo el valor producido (lo conservado y lo nuevo) se produce como capital mercantil y puede realizarse solo si encuentra compradores (capitalistas y no) y los compradores capitalistas existen en una medida adecuada solo si todo el nuevo valor puede invertirse con ganancias (solo en este caso el capitalista comienza un nuevo ciclo Dinero (Medios de producción, materias primas y fuerza de trabajo)... Producción... Nuevas mercancías-Más Dinero (D'-M'… P… M"-D") cuya primera fase D'-M' coincide con la última fase del ciclo anterior M-D, solo invertida). La expresión ‘se valora’ está entre comillas porque debe entenderse cum grano salis (con inteligencia). Es propiamente la realización (transformación en dinero) sin la cual, sin embargo, la valorización (aumento del valor) llevada a cabo en la fase de producción tuvo lugar en vano, de hecho con la destrucción del capital.

Una segunda vez porque, apoyándose en la administración pública, una parte de la plusvalía crea las condiciones para participar (como sector específico de capital) en la división de la plusvalía que se producirá en el próximo ciclo y, por lo tanto, de alguna manera se convierte en capital y se valora, recibiendo los intereses que pagan las Autoridades Públicas sobre la deuda pública.

Aquí está el consiguiente aumento en el uso de una masa de trabajo improductivo de plusvalía.

La expansión del gasto público está determinada, en cuanto a su efectiva venida a la luz, por las dimensiones que asume, las formas concretas que adopta (armamento, educación, pensiones, servicios de salud, prebendas y sinecuras, burocracia, servicios de asistencia, servicios de represión, guerra, etc.), por movimientos políticos concretos. Pero su posibilidad se da en el movimiento económico. Los teóricos obreristas le dieron la vuelta al movimiento real, lo pusieron patas arriba y gritaron a las ‘luchas obreras que obligan al Estado a inflar el gasto público’ o ‘luchas obreras que inflando el gasto público o impidiendo su reducción ponen en crisis al sistema’ (la lucha por el gasto público): de hecho, se apropian del análisis burgués de la realidad. Ellos y los teóricos abiertamente burgueses coinciden en el análisis (el gasto público como causa de la inflación, las necesidades y demandas de los trabajadores como causa del gasto público, etc.) sacando conclusiones prácticas especulares de ella. Andreatta y La Malfa gritaron ‘reducir el gasto público para salvar el sistema’, Negri y Scalzone gritaron ‘aumentar el gasto público para volar el sistema’.

Este papel del gasto público parece a primera vista estar en desacuerdo con el eslogan ‘reducción del gasto público’ utilizado por todos los gobiernos burgueses en este período: desde Reagan, hasta Thatcher y Spadolini. Pero antes que nada, debe reflejar el hecho de que la única reducción efectiva del gasto público se lleva a cabo en los sectores de transferencia de ingresos (educación, salud, seguridad social, asistencia pública, tarifas de los servicios públicos) en detrimento de las masas populares, mientras aumenta el gasto público en otros sectores.

En segundo lugar, dado que todo capitalista espera poder salvarse de la crisis y, de hecho, ganar llevando a cabo una reestructuración más profunda con un aumento de la productividad de sus trabajadores mayor que el (aumento) de los demás capitalistas, por parte de cada uno de estos capitalistas surge una demanda de masas de capital de otros capitalistas que choca con la demanda de otros capitalistas y otros centros de gasto.

f) Aumenta el valor empleado en condiciones especiales de valorización. Una parte creciente del valor se utiliza como capital pero en condiciones de particular valorización, en el sentido de que no entra en competencia con otro capital para ser empleado con la máxima ganancia, sino que busca obtener una mayor ganancia dentro del sector en el que opera permanentemente por razones institucionales (C. Marx, Il capitale, libro III, pag. 317, Editori Riuniti, 1965).

Es el caso que suele darse en empresas públicas o de infraestructuras. En Italia, es lo que ocurre también en el sector de los institutos de crédito especial.

Para evitar malentendidos es bueno aclarar que aquí no aludimos a los tan cacareados déficit de las empresas estatales ni a la participación estatal. Estas ‘pérdidas’ son otra cosa: son el resultado del hecho de que, por mil razones económicas y políticas, una masa de capitalistas italianos, en lugar de invertir sus capitales directamente en la empresa X los confía a las instituciones del mercado financiero (bancos y otros), las cuales los prestan a la empresa X.

Al final del año, la empresa X obtiene una masa de ganancia de, digamos, 50; ella tiene que pagar 60 (por intereses a bancos y otras instituciones financieras), 20 a varios capitalistas (en formas y rubros varios) y cierra brillantemente con una pérdida de 30, que los bancos y otras instituciones financieras están felices de cubrir con otro préstamo que se agrega a los antiguos, porque de esta manera aún ganarán buenos intereses al año siguiente (los famosos ‘gravámenes financieros’ de las empresas). Consideremos como ejemplo los estados financieros de 1979 de las empresas Finsider-IRI, Stet-IRI, SIR, Finmeccanica-IRI, Fincantieri-IRI, Montedison, FIAT-auto, Bastogi y Snia Viscosa. Juntas, estas nueve empresas anuncian más de 2.100 millones (de libras) en pérdidas, pero también deudas por casi 50.000 millones. Suponiendo que en 1979 pagaban pocos intereses a sus ‘acreedores’ (es decir, considerando una tasa de interés de entre el 10 y el 20%, pagaban de 5.000 a 10.000 millones (fuente: edición de 1980 de R&S). Por lo tanto, incluso limitándonos a considerar solo este rubro entre los diversos en los que se divide y disfraza la ganancia (Cefis, Rovelli, Ursini, Calvi, etc. ilustraron brillantemente cómo un capitalista puede enriquecerse con empresas en déficit), las nueve empresas que ‘cerraron 1979 en grave déficit’ han obtenido ganancias entre 2.900 y 7.900 millones: ¡poca cosa! Esto no tiene nada que ver con nuestro razonamiento. Es solo el resultado de la contradicción entre el capital financiero y el capital industrial, un excelente medio de chantaje contra los trabajadores y un excelente argumento para los sindicalistas vendidos al amo, quien deben convencer a los trabajadores de que tengan paciencia y traguen sapos.

 

5. El consumismo: arma de doble filo

Hemos visto antes que si no se produce un aumento continuo de la cantidad de valores de uso, de bienes producidos, el modo de producción capitalista va a caer, necesariamente, en la superproducción absoluta de capital.

También hemos visto al mismo tiempo, que el modo de producción capitalista condena a los hombres a aumentar continuamente la cantidad de objetos producidos, so pena de no poder producir más y de no poder gozar ni siquiera de la cantidad producida ayer, independientemente de las necesidades y de la voluntad de los hombres mismos.

Para evitar la crisis de superproducción de capital, el aumento de la cantidad de bienes producidos debe ser además tal que ella implique la explotación de un número de trabajadores tal que el plustrabajo total extraído en cada ciclo de valorización sea superior al extraído en el ciclo precedente.

¿Es posible, en el ámbito de un mundo totalmente sometido al capital, un aumento continuo y en una medida adecuada de la cantidad de bienes producidos?

El capital, en el curso de su historia, y particularmente en el período de su decadencia (a grosso modo, desde principios del siglo XX), ha aumentado y sigue aumentando continua y enormemente la masa de valores de uso producidos en su ámbito, variando sus características, inventando otras nuevas, precisamente porque éste es uno de los instrumentos para prolongar su agonía, para aumentar esa parte del valor total producido que pueda valorizarse posteriormente (1). Aquí tiene su base la necesidad del modo de producción capitalista de aumentar continuamente la cantidad de valores de uso producidos, y por tanto aquí encuentran también su primera explicación racional las diversas formas concretas que este aumento ha asumido (armamentos, carrera espacial, consumismo, etc.). Obviamente, no es necesario que las mercancías producidas de forma creciente sean bienes de consumo de masas o no, pero aquí se da la posibilidad del consumismo, posibilidad históricamente surgida en la mayor parte de los países imperialistas.

Pero si el consumismo es, por una parte, una válvula de escape de las dificultades del modo de producción capitalista, por otra, al igual que las otras formas de aumento de la cantidad de valores de uso producidos, topa con límites que es útil aclarar.

1. Algunos consumos se pueden aumentar mucho (cuatro televisores por familia en vez de uno), otros menos, tanto por razones naturales (un individuo no puede comer más que una cierta cantidad de comida al día) como por razones sociales. La universalidad del individuo con relación al consumo no es compatible con su condición de esclavo asalariado. La universalidad en el consumo, que se forma sólo con el tiempo y en determinadas condiciones sociales, conlleva la universalidad de gustos, actitudes e intereses. La universalidad en el consumo requiere tiempo para gozar de la riqueza. La universalidad en el consumo presupone y genera intereses, inteligencia, curiosidad, autonomía, etc.; todas estas cosas son rigurosamente impropias del trabajador asalariado: “Se os paga para trabajar, no para pensar; para eso se paga a otros” (Taylor).

2. Por mucho que el capitalismo haga (espontáneamente) del consumo un instrumento de sometimiento y alienación del trabajador, antes o después llega el momento en que el trabajador en vez de consumir más, escoge trabajar menos y por tanto se vuelve menos dócil durante el mismo proceso de producción (absentismo, inestabilidad de la fuerza de trabajo, etc.) y más reacio a la solicitud del capitalista de intensificar el trabajo y trabajar en condiciones insalubres. El capital ha concebido el aumento del consumo como medio para hacer trabajar más y mejor el trabajador, como medida de “política interna”. Como una zanahoria a combinar con el palo. Llegado a un cierto punto, el instrumento de paz social se transforma en su contrario.

3. El desarrollo del consumismo choca con la necesidad del capital de reducir la cuota de trabajo necesario y aumentar la cuota de plustrabajo. Es la vieja canción: cada capitalista quisiera que sus obreros fueran sobrios en el consumo y que los obreros de los demás, como compradores de sus mercancías, contaran con mucho dinero. Y el aumento de la plusvalía extraída a cada obrero es tanto más necesario a cada capitalista a medida que avanza la superproducción de capital, como se ha visto más arriba.

Pero el modo de producción capitalista y el sistema de producción mercantil (producir para vender) conllevan, por su misma naturaleza, limitaciones al aumento indefinido de la cantidad de productos a consumir, ya se trate de bienes de consumo o de medios de producción.

a) Producir objetos como valores de cambio, es decir, mercancías, supone un límite al crecimiento de la producción; una mercancía sólo puede ser producida sólo si, en otro lugar, otros capitalistas completamente independientes han producido otra mercancía que pueda ser cambiada por la primera y que, por tanto, sea equivalente en términos de valor de cambio y adecuada en términos de valor de uso.

Se puede realizar un trabajo si solamente se realiza otro correspondiente en cantidad y calidad. Y aunque el sistema de crédito pone remedio, en alguna medida, a los efectos más restrictivos de esta condición, permitiendo escapar a la exigencia de estrecha contemporaneidad de ambos resultados, el límite es sin embargo real y los efectos están a la vista. Para que la producción de una mercancía tenga un resultado beneficioso, es necesario que sea producida también una segunda, de lo contrario no se producirá ni siquiera la primera. Un agricultor no producirá trigo si al mismo tiempo un industrial no produce telas o herramientas, y no porque el agricultor no pueda producir igualmente trigo si no tiene a su disposición telas o herramientas (del mismo modo en que no puede producir trigo si no dispone de semillas, tierra, etc.), sino que no lo producirá debido a que no conseguirá vender el trigo producido. En el marco de las relaciones mercantiles entre los individuos las cosas no pueden ser de otra manera.

b) Producir objetos en el ámbito de las relaciones capitalistas de producción conlleva también otro límite al crecimiento indefinido de la cantidad de objetos producidos: un objeto se produce no sólo para poder ser vendido, sino para ser vendido con un beneficio adecuado para quien es el dueño de su producción. Cuando por cualquier motivo esto no sucede, entonces la producción se interrumpe inevitablemente. Las condiciones de la circulación, de la transformación del capital-mercancía en capital-dinero, repercuten inmediatamente sobre la misma producción, con un efecto en cadena: la interrupción de la producción en un punto elimina no sólo la oferta de una cierta cantidad de objetos, sino también la demanda de medios de producción y de bienes de consumo que se derivan de ella y, por tanto, elimina la posibilidad de que otros sectores puedan vender sus productos con un beneficio adecuado.

c) La sociedad burguesa, en su desarrollo concreto, se pone a sí misma límites al crecimiento de la producción tanto de bienes de consumo como de medios de producción. Desde hace casi cien años el mundo reúne las condiciones materiales para la superación del modo de producción capitalista. Ello ha comportado el paso de la burguesía del campo revolucionario al campo conservador: esta clase ha dejado de ser la instigadora de la subversión y de la transformación del estado de cosas existente, de las relaciones sociales existentes, ha dejado de ser la instigadora de la movilización de masas y tiende a la conservación de lo existente porque siente que en cada amplio movimiento de masas está presente el peligro de su final; habiendo extendido a todo el mundo la red de sus intereses y de sus negocios, toda subversión del orden social y económico en una parte del mundo conlleva la ruina para los intereses establecidos de algunos grupos burgueses y, dentro de la propia burguesía, sólo puede encontrar apoyo, a lo más, en la lucha de un grupo burgués por instaurar sus intereses en detrimento de los de otro grupo burgués. Actualmente, cuando un burgués grita contra los privilegios, la barbarie, los intereses establecidos, los derechos humanos quebrantados, podemos estar seguros de que en realidad grita simplemente porque los intereses de otro grupo burgués se han convertido en un impedimento para sus nuevos apetitos o han entrado en colisión son sus intereses.

Algunos capitalistas euro-americanos, por ejemplo, son favorables a la independencia de Namibia y a la abolición de las leyes de segregación racial en la República Sudafricana (Azania) porque cuentan con poder asentar más firmemente sus negocios y extenderlos a costa de los dominadores actuales; pero aún más temen que la movilización de las masas indígenas, necesaria para conseguir estos resultados y que sería impulsada por la consecución de los mismos, les arrolle también a ellos y contagie a otros pueblos africanos. Una situación bien distinta de la que se daba cuando, siendo el modo de producción capitalista el máximo resultado alcanzado por la organización social, la burguesía era la promotora de todo movimiento revolucionario.

Este es el motivo por el que la sociedad burguesa sostiene, apoya y mantiene en pie sistemas económicos, políticos y sociales atrasados (como la sociedad tribal y esclavista de Arabia Saudí), basando en ellos la defensa de sus propios intereses, ya que su desaparición perturbaría y amenazaría globalmente el orden social burgués. Y ello aunque dichos regímenes atrasados limiten el desarrollo en profundidad del modo de producción capitalista y aunque su destrucción (cuando se produce, a pesar de la resistencia de la sociedad burguesa, en el curso de algunas de sus periódicas convulsiones) pueda abrir nuevos campos de acción al capital y por tanto a un aumento de la producción capitalista y a una explotación más eficaz (más racional, como dicen los apologetas del capitalismo) de las poblaciones locales y ofrecer así una nueva bocanada de oxígeno al modo de producción capitalista.

Todos estos límites al aumento indefinido de la cantidad de objetos producidos, límites inherentes al modo de producción capitalista y que a su vez hacen imposible el desarrollo continuo de una sociedad burguesa cerrada, conllevan que esta sociedad se vea sometida a crisis de superproducción de capital (2). (…)

 

6. La guerra como remedio para el capital

Desde finales del siglo pasado, el modo de producción capitalista sigue sometiendo al mundo entero a sí mismo y, por lo tanto, la sociedad burguesa es una sociedad burguesa cerrada. Desde entonces, el capital ya no encuentra a otros hombres y otras sociedades históricamente producidos en diferentes relaciones de producción, para someterlos a su dominio, hombres o sociedades que aún no trabajan en la esfera del capital, para introducirlos en esta esfera.

Toda la historia de este siglo, por lo que se refiere al capital, es una historia de la dominación real del capital, es decir, de la transformación, adaptación y producción de hombres e instituciones más adaptados a él, es decir, más adaptados a la producción de plustrabajo. Desde entonces, la producción de plustrabajo ha sido predominantemente una producción relativa de plustrabajo. Con el nuevo siglo, también comienzan las crisis generales debidas a la superproducción absoluta de capital.

La primera crisis por superproducción absoluta de capital abarcó gran parte de la primera mitad del siglo y finalmente se resolvió mediante la gran destrucción de hombres y objetos y los trastornos políticos y sociales de la Segunda Guerra Mundial.

De hecho, la superproducción de capital solo puede superarse, dentro de la sociedad burguesa, mediante la destrucción de hombres y objetos y trastornos sociales de tal magnitud que permitan al capital reiniciar su propia carrera por el desarrollo. En la crisis por superproducción del capital, el capital es como un animal que se ahoga porque ha engordado demasiado, pero cuya vida consiste en engordar: solo algo que lo devuelve a la delgadez le permite reanudar la vida.

La Segunda Guerra Mundial fue la cura que el capital hizo de sí mismo.

Una de las grandes mistificaciones culturales de este siglo es la creencia generalizada de que las políticas económicas inspiradas o teorizadas por Keynes (la intervención del Estado para crear demanda de mercancías mediante la dádiva de ingresos, para gastar mediante préstamos o creando dinero) han resuelto la primera crisis universal del modo de producción capitalista por superproducción absoluta de capital, iniciada con este siglo.

De hecho, esa primera crisis universal se ‘resolvió’ con la destrucción de bienes materiales y de hombres y los trastornos políticos y sociales de las dos primeras guerras mundiales. Los ingresos y gastos adicionales creados por los Estados en las décadas de 1920 y 1930 demostraron ser impotentes en todas partes para crear nuevas condiciones adecuadas para la producción de una mayor cantidad de plusvalía y, por lo tanto, para la reactivación del modo de producción capitalista.

El aumento de la demanda no solucionó la crisis, ya que la caída de la demanda también fue un efecto y no la causa de la crisis. Esto sirvió, a lo sumo, para limitar los efectos catastróficos de la crisis y prevenir sus consecuencias políticas. El aumento del gasto público, la limitación del desempleo mediante la creación de puestos de trabajo en la administración pública, la distribución de prestaciones por desempleo y otros beneficios públicos limitaron la caída del consumo y fueron útiles para los fines del orden público, pero no eliminaron la causa que había quitado impulso a la inversión de capital, no puso de nuevo en marcha la máquina del modo de producción capitalista.

Los treinta años de desarrollo capitalista (1945-1975) posteriores a la Segunda Guerra Mundial son el período en el que el capital se ha reconstruido y acumulado para encontrarse en su punto de partida.

Las políticas económicas inspiradas por Keynes (de gasto público) de este período no fueron la causa del desarrollo, sino que solo ‘colorearon’ el camino, atenuaron sus aspectos contradictorios: porque incluso en períodos de desarrollo, la vida del capital es el resultado estadístico general de la muerte y nacimiento de un gran número de iniciativas económicas y hombres. Como diciendo que las recetas de Keynes sirve para embellecer y mejorar las cosas cuando ellas van bien de todas formas,

La crisis por superproducción de capital no es un período de cierre gradual, uniforme y ordenado de iniciativas y actividades. Por el contrario, es un período de reestructuración frenética, de grandes ruinas e igualmente grandes éxitos, de furiosos contrastes y de acuerdos continuos y cada vez más proclamados (que duran el tiempo de su proclamación). La sociedad burguesa siempre se menea solo a través de movimientos contradictorios de sus partes, tanto en períodos de crecimiento general como en períodos de declive general: como un gusano que, ya sea que avance o retroceda, se mueve solo a través de movimientos de dirección contraria de sus partes.

Se vuelve decisivo en estos momentos poder comprender el sentido del movimiento general resultante.

De ahí que también queda claro el efecto real de la receta que capitalistas y gobiernos de cada país proponen a las masas con gran uniformidad de un extremo al otro del mundo, ensalzando descaradamente los efectos de cada nueva receta requerida por la ineficacia encontrada de la cura impuesta unos meses antes.

Los sacrificios impuestos a las masas, la reducción de los salarios reales, la intensificación del trabajo, la reestructuración tecnológica tienen una gran importancia con respecto a la competencia entre grupos capitalistas: aquellos que son mejores para imponerlos recuperan el aliento con respecto a sus competidores. Pero en lo que se referire al curso de la crisis económica (y sus reflejos políticos y culturales) estos procesos tienen el único efecto de acelerar su curso. De hecho, aceleran la contracción del mercado en su conjunto. La ‘defensa de la economía nacional’, en nombre de la cual los sindicatos y el Partido Comunista Italiano en Italia (a semejanza de sus contrapartes en otros países) imponen sacrificios a las masas, es tan clarividente como el comportamiento de quienes en un barco que se hunde incitan a salvarse montándose uno sobre los hombros del otro.

Tampoco se trata de idear una política más inteligente, como dirían Lucio Magri y otros expertos similares.

La expansión del gasto público, la ‘calificación del gasto público’ y otros hallazgos similares no son remedios más efectivos que los sacrificios con respecto a la salida de la crisis como lo demostró, si es necesario, el experimento de Mitterrand (elegido presidente de la República Francesa en 1981). Porque de la crisis por superproducción absoluta de capital solo se sale de una de estas dos maneras (y esto es lo que ningún burgués admitirá abiertamente): o con una nueva destrucción inmensa de hombres y objetos que permita al capital recuperar el aliento y encontrarse en la misma situación después de unos años, o con una revolución política y social que ponga fin a las relaciones capitalistas de producción y la relaciones de valor que es su fundamento. ¡Es una enfermedad para la que no hay otro remedio!

 

7. La sociedad elige a sus parteras

La guerra es una válvula de escape adecuada para las contradicciones del modo de producción capitalista. Ella logra dos objetivos apreciables para el capitalista:

a) destruye y así abre el camino a un nuevo período de desarrollo;

b) abre un campo de acción aún más amplio para la burguesía ganadora, y toda burguesía cuenta con ganar.

La guerra no es solo una posible válvula de escape para el capitalismo en crisis debido a la superproducción de capital. En algún momento se convierte en la única válvula de escape, una necesidad. Obviamente, las guerras en general no son el resultado de conspiraciones preparadas en la mesa con la conciencia y la intención de preparar la cura de rejuvenecimiento del capitalismo. Cuando ‘las cosas’ empujan en una dirección, las conspiraciones no existen en absoluto o son poco más que la vana inquietud de las moscas cocheras. De hecho, como dicen historiadores y políticos burgueses en estos casos, ‘los acontecimientos se salen del control’. A pesar de las ilusiones que ellos, sus seguidores y sus oponentes, no son los Hitler o los Reagan quienes conducen a la guerra sino que, por el contrario, cuando una sociedad está preñada de guerra, cuando mil cosas empujan en esa dirección o al menos tienen en la guerra alguna posibilidad de desarrollo, lleva al poder a parteras más o menos adecuadas.

La competencia entre capitalistas, cada uno por su propia supervivencia, involucra a los Estados burgueses. A medida que se reduce el pastel de la plusvalía para dividirlo entre los capitalistas, crece la pelea entre ellos para que cada uno tenga una cuota mayor en el reparto. Y esta pelea, la guerra económica y comercial que los capitalistas se libran entre sí, cada uno para tener siquiera una parte del plustrabajo que el otro ha extorsionado, esta guerra entre ladrones inevitablemente se convierte en una guerra entre Estados, en una política agresiva entre Estados burgueses. Los Estados tienen el poder de imponer coercitivamente aranceles aduaneros, cuotas de importación, facilidades fiscales y reembolsos de exportaciones, impuestos y tarifas a los bienes que circulan dentro de los límites de su dominio, impuestos y tarifas a los capitalistas que operan dentro de los límites de su dominio. Los Estados tienen el poder de reducir o aumentar mediante medidas legislativas los costos de producción de los capitalistas que operan dentro de sus fronteras (por ejemplo, en Italia, la Ley de Liquidaciones de 1977 o el decreto de S. Valentín), asumir como ‘gasto público’ una parte más o menos sustancial de los costos de algunos o todos los capitalistas que operan en el país, hacer más o menos oneroso el crédito a cada capitalista individual (el crédito subsidiado, las asignaciones estatales para la reestructuración industrial), aprobar pedidos más o menos grandes y más o menos a favor de capitalistas individuales (piensen en el plan de telecomunicaciones y correos que Olivetti quiere del gobierno), regular de manera más o menos restrictiva las transferencias de dinero y valores financieros entre residentes de fronteras y no residentes, imponer sanciones económicas y boicots comerciales contra productores de otros países, obtener a través de acuerdos comerciales u otras compensaciones (por ejemplo, apoyo político y militar) de otros Estados un trato favorable en sus fronteras y en su territorio para sus capitalistas en comparación con otros, imponer condiciones salariales más o menos duras a los trabajadores en el territorio que dominan, imponer una disciplina más o menos rígida a los trabajadores y a las masas en general dentro de sus propias fronteras.

Todos estos poderes coercitivos y soberanos que tiene el Estado interfieren fuertemente, en algunos casos de manera decisiva, en el tamaño del pastel excedente que le corresponde a cada capitalista individual. Cuanto más feroz se vuelve la lucha entre capitalistas en torno al reparto, más quiere cada capitalista que su Estado y los Estados en cuyo comportamiento puede influir lo apoyen en detrimento de sus competidores. Así se vuelven más agresivos y antagónicos entre sí los Estados burgueses.

La crisis económica, acelerada por la reestructuración, exacerba la lucha comercial entre capitalistas que a través del mecanismo descrito anteriormente se convierte en una guerra comercial entre Estados burgueses que hacen uso de todos los medios a su alcance. Y a medida que la guerra comercial se convierte, al profundizarse la crisis, en una cuestión de vida o muerte para los capitalistas individuales, el mayor recurso a la guerra militar, a pesar de todos los riesgos que conlleva, se convierte en ‘un riesgo que vale la pena correr’, o incluso en la única salida. Y en este contexto todos los viejos contrastes (disputas entre Estados por la dominación de territorios, contrastes raciales, religiosos, culturales, dinásticos, políticos e ideológicos entre grupos) son exaltados y utilizados para convertir las guerras en ‘populares’, la cuales tienen su verdadera fuente en la intensificación de la competencia entre capitalistas en el contexto de la crisis.

La guerra entre bandidos capitalistas por el reparto de la plusvalía extorsionada a los trabajadores está cubierta con el velo tergiversador de la guerra por la democracia, por los derechos humanos, para reparar los males sufridos, para defender ‘nuestros intereses vitales’, incluso por el socialismo: no por casualidad preparada, desatada y dirigida por Estados que en las fronteras de su dominio han negado la democracia, los derechos humanos, el socialismo y todo lo demás, mientras dicen estar luchando por imponerlos en otros países.

La guerra conlleva para los capitalistas solo un obstáculo, una traba y un peligro: la revolución proletaria, la rebelión de las masas oprimidas contra el Estado y la clase dominante que él representa y protege.

 

 

NOTAS

(1) Aquí, como en otros puntos, se muestra una concatenación entre las exigencias del modo de producción capitalista en general y la acción efectiva de los capitalistas. Esto puede llevar a pensar que la evolución de la sociedad capitalista es fruto de la comprensión de éstas (exigencias) por parte de los capitalistas y de su consiguiente voluntad de perpetuarlo, o que el capital es un señor que, como un dios antiguo, es superior a nosotros, personas comunes y corrientes, y piensa y actúa por encima de nuestras cabezas. En realidad, no existe ningún dios y esta concatenación entre exigencias y acciones no existe en la mente de ningún capitalista, ya que cada uno de ellos se ve impulsado en sus acciones por otras y mucho más inmediatas y modestas motivaciones. Las leyes del capitalismo existen y actúan (objetivamente) en las mismas cosas sin que los funcionarios del capital (los capitalistas) tengan, muy a su pesar, ninguna conciencia de ellas. La cuestión de saber porqué las cosas siempre siguen inconscientemente esas leyes es fruto de una inversión idealista de la relación entre pensamientos o ideas y cosas. Lo que supone tanto como saber cómo la imagen de un espejo puede transformarse en una persona de carne y hueso, que además se le parece. Sobre ello una multitud de académicos idealistas podría escribir bibliotecas enteras.

 

(2) En el libro segundo de El Capital, Marx demuestra que en una sociedad puramente capitalista cerrada, la reproducción puede llevarse a cabo sin problemas si se respetan algunas condiciones (pero nada a priori garantiza o hace posible que sean respetadas). Las reflexiones que desarrollamos en este artículo no contradicen en absoluto las argumentaciones de Marx, simplemente porque Marx no tiene en cuenta en su obra las eventualidades de que la productividad del trabajo y la composición orgánica del capital varíen al pasar de un ciclo productivo a otro: precisamente estas eventualidades son las que aquí hemos examinado. Hemos de precisar que toda la argumentación desarrollada hasta ahora no tiene nada que ver con un replanteamiento de la teoría del derrumbe del capitalismo: por el contrario, en esa argumentación se pone claramente de manifiesto tanto el carácter transitorio del modo de producción capitalista y los problemas que implica su supervivencia más allá de la fase en que fue el marco más favorable para el desarrollo humano, como que ninguna situación concreta jamás está privada de una vía de salida inmediata.

 

(*) Nota del traductor: Hemos traducido al castellano la palabra italiana pluslavoro por el neologismo de plustrabajo, en lugar de las de trabajo sobrante o trabajo excedente, frecuentemente utilizadas en las traducciones al castellano de los clásicos del marxismo, por considerar que es la acepción que mejor recoge el sentido que le dieron Marx y Engels.

 


Ediciones en Lenguas Extranjeras (EiLE)

Roma, 01.11.2001

El renacimiento del movimiento comunista es por su propia naturaleza un acontecimiento internacional. El revisionismo ha sido una degeneración internacional del movimiento comunista, ha afectado a aspectos universales del mismo y su éxito internacional se ha debido a los límites universales del viejo movimiento comunista (v. La Voce n. 2 pág. 31 y siguientes). El renacimiento del movimiento comunista sólo puede hacerse realidad como fenómeno internacional, si bien en tiempos y bajo formas diferentes de uno a otro país. La superación de los límites universales, aunque se lleve a cabo a nivel de un único país, compete a todo el mundo y supone por consiguiente una contribución universal de quien la aporta al movimiento comunista internacional. Pensar que el movimiento comunista puede renacer y avanzar indefinidamente solamente en un país, en base, exclusivamente, a sus propias fuerzas, independientemente de lo que suceda en otros países, sin contar con el apoyo proveniente de ellos y sin que ello tenga una repercusión general, es una concepción errónea, una desviación nacionalista.

La conclusión a la que debemos llegar no es la de que debamos esperar a que el problema nos venga resuelto del exterior o la de que ya hoy haya que plantearse en términos organizativos el objetivo de construir la segunda Internacional Comunista. La conclusion es la de que en nuestro trabajo por construir el (nuevo)Partido comunista italiano debemos

 

1. aprender del extranjero y dar a conocer ampliamente en Italia cada éxito logrado por el movimiento comunista en uno u otro país: cada iniciativa de solidaridad internacionalista que parta de nosotros contribuirá ante todo a desarrollar el movimiento comunista en nuestro país, a combatir la desconfianza en el comunismo, a contrarrestar la campaña derrotista que la burguesía imperialista lleva a cabo bajo la enseña de la consigna "el comunismo ha muerto" y a acumular fuerzas;

 

2. dar a conocer en el extranjero cuantas aportaciones del movimiento comunista italiano consideremos dignas de interés y participar en la lucha internacional para realizar un justo balance del movimiento comunista, analizar correctamente la fase en la que nos encontramos y elaborar una línea general justa del movimiento comunista.

 

3. apoyar los esfuerzos de los comunistas de cada país por reconstruir nuevos partidos comunistas o reforzar los ya existentes.

 

Las Ediciones en lenguas extranjeras de la CP contribuyen al cumplimiento de estas tareas que constituyen, a nuestro entender, expresiones prácticas y necesarias del internacionalismo proletario en esta fase en la que se encuentra el movimiento comunista. La CP anima a los lectores a enviar críticas, consejos y propuestas a la dirección e.mail indicada.

 

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